Mi familia tiene por costumbre juntarse cada noche buena a la hora de cenar. La primera navidad que mi esposa y yo pasamos como familia, decidimos hacerlo a lo grande. Nos liamos la manta a la cabeza y nos pusimos a invitar a mis 6 hermanos, casi todos con familia y pensamos en un menú especial, tradicional e inédito en mi familia. Pavo relleno. Al final el “bicho” pesaba seis kilos, suficiente para los más de 20 comensales que nos juntamos aquella noche.
En estas cenas, también tenemos por costumbre poner un “aperitivo”, para ir abriendo boca. Como era nuestra primera vez como anfitriones de este acontecimiento con tanta solera, pues queríamos que todo estuviera perfecto y que nadie se quedara con ganas de comer.
Compramos gambas, evidentemente, la cantidad suficiente como para que todo el mundo pudiera comer tantas como le apeteciera. Adornamos la mesa con sendos tableros de dominó y ajedrez, con sus respectivas fichas, con la peculiaridad de que eran de chocolate. Cortamos varios platos de jamón que repartimos por la mesa. Preparamos unos entremeses y canapés con pan de molde que quitaban el sentido. Cocinamos unos deliciosos pulpitos con su picadillo de ajitos y perejil. Tostamos almendras traídas de mi pueblo natal y completamos la mesa con las típicas patatas de bolsa, olivas rellenas y alguna que otra cosa mas que seguro olvido.
Como es tradición, la cena tenía que estar compuesta de un caldo con galecs gigantes y el plato fuerte era el pavo relleno.
Para terminar la cena, los típicos licores, mantecados, turrones, que para no quedar mal, compramos de casi todas las variedades que existían en el mercado, no fuera a ser que a alguien le gustara un tipo de turrón en concreto y nosotros no se lo hubiéramos servido.
Todo preparado con cuidadoso mimo para que la velada resultara inolvidable. Y vaya si fue inolvidable. Tan solo un servidor (por compromiso y orgullo) y mi hermana (para cumplir también) probamos el dichoso pavo. El caldo se quedó enterito, a penas la abuela, que eso no lo perdona, se puso un plato bien calentito. Tres meses después de aquello, aun teníamos pavo en casa. Estuvimos comiendo de tan preciado ave de todas las maneras posibles. Se hicieron canelones de pavo (relleno), croquetas de pavo (relleno), caldo de pavo (relleno) etc.
Desde aquel día, cada vez que invitamos a alguien a comer, encargamos un pollo A´last con patatas y el que quiera más que coja queso o embutido de la nevera y santas pascuas.